domingo
DOMINGO DE
RESURRECCIÓN
Padre Ricardo Colombo – Párroco (Marzo 2018)
Los acontecimientos del Viernes Santo de la
pasión del Señor nos llevaron a la sepultura de Dios, sin que pudiésemos darnos
cuenta que al sepultar a Dios sepultábamos también al hombre del cual Él se
enamoró. Desde la creación la suerte del hombre está ligada a la suerte de
Dios. La exaltación del hombre es glorificación de Dios y la agonía de Dios en
el mundo, es el mejor certificado de defunción para el hombre, que el hombre
mismo firma negando a Dios.
Este es el tremendo drama del mundo de hoy:
Decretar la muerte del que nos dio la vida y sepultarlo bajo la tierra del
olvido y el ateísmo.
¿No es acaso negación de Dios dar
posibilidad al aborto en caso de violación? No se paga violencia con violencia,
o es que hemos vuelto a la ley del talión.
El
mundo siempre ha querido a lo largo de la historia llevar a Dios al pretorio
para condenarlo, y al Gólgota para crucificarlo. Es la obra de la insensatez
humana que, al querer cortar el cordón umbilical con Dios, siembra el hermoso
escenario de la creación de muerte y dolor.
La muerte del Divino Redentor llena de
tinieblas no tanto la tierra sino el corazón; y nos hace parte de ese cortejo
fúnebre que las mujeres, pasado el sábado iniciaron hacia el bendito sepulcro,
que como gran relicario guardaba celosamente los despojos mortales del amado
Hijo de Dios. Sepulcro: tierra santa donde el grano de trigo enterrado germinó
en cosecha de Resurrección. Sepulcro: escenario de combate donde lucharon vida
y muerte y donde la vida de laureles se adornó.
Mientras que María Magdalena junto a Salomé
y María llevan en sus manos perfumes para ungir el cuerpo del Señor; nosotros
llevamos nuestros corazones el hermoso aroma del arrepentimiento y la
constricción.
Nuestra peregrinación alcanza su meta a la
madrugada del primer día de la semana apenas salido el sol, y junto a ellas nos
preguntamos: quién podrá corrernos la pesada piedra que esconde el fruto de la
traición.
Y los ojos de la Iglesia se llenan de
estupor, al descubrir que la piedra ha sido movida por el poder de Dios. La
muerte es esa gran piedra en la vida del hombre que solo se mueve por la fe en
aquel que, por nosotros, murió y ahora vive y reina para siempre al lado de
Dios.
El sepulcro queda abierto de par en par y de
esta manera es profecía y anuncio, de lo que al final de los tiempos acontecerá,
cuando al sonido de la trompeta y a la voz del arcángel seamos conducidos en
cortejo nupcial, al encuentro del esposo celestial.
De esta manera toda la cristiandad ingresa
al sepulcro para encontrarse con este joven misterioso, revestido de blanco que
es mensajero de la más hermosa de las noticias que el cielo gritó.
Cada Pascua nos vuelve a sorprender con el
anuncio gozoso de que el Crucificado ha resucitado y por tanto ya nada debemos
temer. ¿Dónde está muerte tu victoria, dónde está tu aguijón? Todo es destello
de la gloria clara de la luz de la resurrección.
(Al
respecto, ayer mismo, el Papa Francisco
en su maravillosa homilía de la Vigilia
sabática Pascual 2020, nos manda a ser “Mensajeros de la Luz en un mundo de
muerte”. Muerte cuyos efectos tan bien desarrollara el P. Cantalamesa en su homilía del Viernes Santo 2020 pronunciada en la Misa Papal de Adoración de la Santa Cruz, y donde hiciera oportuna
referencia no sólo a la pandemia del COVIS19 que nos aqueja ahora brutalmente y
de otras pestes y enfermedades con que el hombre ha tenido que lidiar, sino a
la miseria escandalosa de los excluidos del mundo y a esta altura de los
tiempos -y muy al margen de la pretendida evolución científica y técnica del
hombre - aliada al desatino de la guerra y a las fortunas inmorales y corruptas
que se invierten en ella para sostener posiciones de poder que, sólo la codicia
de lo inhumano sin ética puede justificar; fortunas que deberían contribuir a
paliar el infortunio de tantos millones de seres humanos condenados al abandono
en sus necesidades más primarias).
La resurrección
no es una verdad que se pueda ver sino
un anuncio a creer; (…)
(Sostiene el P.
Colombo. Por eso el Nuevo Pueblo de Dios renueva durante la Vigila Pascual las promesas del santo
Bautismo, por las que un día renunciamos al demonio y a sus obras y prometimos
servir al Señor en la santa Iglesia Católica; y el día previo, Viernes Santo, en el cual memora el
sacrificio salvador de Cristo Jesús, realiza una Oración Universal que comprende preces a Dios, Nuestro Señor, NO
SÓLO a favor de la santa Iglesia, el santo Padre, el Pueblo de Dios y sus
ministros y los catecúmenos, SINO TAMBIÉN y reconociendo las crisis acaecidas
en la Historia de la Salvación, por la Unidad de los cristianos; y,
especialmente, por los Judíos a quien Dios nuestro Señor habló primero, para
que se acreciente en ellos el amor de su Nombre y la fidelidad a su alianza, y a
fin de que alcancen en Cristo Jesús, la plenitud de la salvación; así como
también la Iglesia ora especialmente por quienes no creen en Cristo, Camino, Verdad
y Vida; por los que no creen en Dios, para que, buscando lo que es recto,
puedan llegar a Él. Extendiendo dicha Oración Universal a favor de los
Gobernantes, para que Dios los guíe según su voluntad, hacia una paz verdadera
y la libertad fraterna entre los hombres; y finalmente por Todos los que
Sufren, para que la súplica de los atribulados –y en este tiempo los afectados
por la pandemia del coronavirus-, puedan alegrarse al experimentar la cercanía
de su misericordia).
(…); y si la fe es la plena certeza de las realidades que no se ven, nos dejamos convencer por el sepulcro vacío, testigo mudo
de la victoria final sobre la muerte y el mal.
(Vayan a decir a los
discípulos que en Galilea me verán…) Vayan a decir a los discípulos que vayan a Galilea que allí
lo verán… (lo veremos). Esa es la
misión tras el anuncio de la Resurrección. No guardemos egoístamente en nuestro
corazón este anuncio que descubre al hombre la sublimidad de su vocación. La
resurrección amplía los horizontes de
nuestra vida que ahora se esconden en el misterio de Dios.
(Así,
el Santo Padre en su Homilía Pascual
2020 advierte lo que significa esa Galilea, tierra de gentiles, un lugar
más bien lejano de lo sacro en sí mismo concentrado en la Jerusalén de la
muerte y de la resurrección de Jesucristo, el Siervo Sufriente, el Mesías
prometido a patriarcas, profetas y fieles del Pueblo de la Antigua Alianza. Y
apela a no guardar nuestra fe sólo para manifestarla solo en las parroquias
–aunque allí more, indubitablemente la más sublime de las Galileas, y en la
inaudita soledad del Sagrario, la carne y sangre sacramentadas que subsume
nuestros anhelos y desvelos, como Pan y Vino para la Vida del Mundo: Cristo
Jesús, el Emmanuel, el Dios siempre con nosotros, y al cabo de su necesaria
partida hacia los brazos del Padre desde donde nos auxilia con su Espíritu
Santo y hasta su Parusía en el fin de los tiempos: ¡Ven, Señor Jesús!- sino a
infundir dicha fe, misionera, discipularmente
en nuestros orígenes, en la familia, en los amigos, en los compañeros de
tareas, incluso en los adversarios y enemigos, porque Dios hace llover
sobre buenos y malos, y no hace exclusión de personas. Sí, tanto amó Dios a su
Obra Creada, que dio la vida de su propio Hijo en propiciación por nuestras
iniquidades).
El cielo es la herencia que Jesús en
obediencia al plan del Padre nos ganó y quiere compartirlo con nosotros que
somos sus hermanos de adopción.
Que nada nos detenga, que nada nos distraiga
en el camino que nos lleva a Galilea porque en Galilea encontraremos siempre al
Señor.-
Fuente: Boletín Parroquial – Parroquia SAGRADO CORAZÓN DE
JESÚS MARZO 2018 - 4 de Enero 2452 – Fundada: 17 Enero 1897 - Te. 0054 0342 452
3940 – E-mail: pquiascj@gmail.com - https://www.facebook.com/pg/sagradocorazon.dejesus.186/about/?ref=page_internal